"Los cantantes cordobeses luchábamos contracorriente, no había posibilidades"
Carmen Blanco, soprano
Carmen Blanco, tocando en uno de los dos pianos que tiene en su casa.
A.J. GONZÁLEZ
ROSA LUQUE 02/10/2011 DIARIO CORDOBA
LUGAR DE NACIMIENTO: LA RAMBLA (1929).
TRAYECTORIA: MIENTRAS ESTUDIA EN LA ESCUELA SUPERIOR DE CANTO DE MADRID FORMA PARTE DEL CORO NACIONAL. HA SIDO PROFESORA DEL CONSERVATORIO DE CÓRDOBA Y SOLISTA EN MULTITUD DE CONCIERTOS POR ESPAÑA Y EL EXTRANJERO.
Mantiene la misma mirada azul encendido y las hechuras señoriales de su juventud, tan bien captadas por Pedro Bueno en el gran retrato que adorna, junto a otros muchos de artistas cordobeses, las paredes del salón de su casa. Pero, sobre todo, Carmen Blanco conserva pasada ya la frontera de los 80 años una voz fresca y sabiamente administrada (es una delicia escuchar los gorgoritos exclusivos con que ilustra la conversación), y unas ganas locas de seguir cantando hasta que el cuerpo aguante. "Voy a trabajar con alegría --dice acentuando en la perenne sonrisa sus bellos pómulos--. No me duele nada y hago lo que me gusta, qué más felicidad cabe".
--Me han dicho que es usted la soprano menos diva que se conoce.
--Te lo han dicho bien --ríe--, porque la verdad es que yo nunca me he creído ser algo especial. Solo he hecho lo que me pedía el corazón y el sentimiento. He cantado porque me gustaba y era mi vocación.
--Pues qué suerte haber hecho tantos años lo que más le gusta, porque ya ha llovido desde que con 17 años empezó la carrera de canto hasta hoy, todavía en la brecha.
--No me he retirado, no, me retirará la vida. Y yo doy gracias a la vida, que me ha dado tanto, como decía la canción.
--¿Qué hay que hacer para que no se le suban a uno las tablas a la cabeza?
--Es que no tienen por qué subirse, porque uno hace aquello para lo que está más o menos dotado y el hacerlo te satisface tanto que probablemente disfrutas tú más que el que te escucha. ¿Que hay mucho divismo en esta profesión? Pues sí, como en otras muchas. Pero hay también personas únicas. A mí una de las que más me han impactado ha sido Alfredo Kraus, que era grande, recto y sencillo a la vez. En dos ocasiones asistí a sus lecciones magistrales en Madrid y Sevilla. Y aunque parezca inmodesta, te voy a contar una anécdota: canté un aria de Puccini, de Turandot , y cuando terminé todos me aplaudieron --cosa que no entraba en la norma sino que el maestro diera su opinión--. Y al acabar el aplauso general Kraus se acercó y dijo: "Esta es una soprano y no otras cosas que se oyen por ahí".
Sentada en la sala de recibir de su piso de la calle Reyes Católicos --prolongado en el que ha sido el despacho de su marido, abogado, hasta la jubilación de éste--, y ante uno de los dos pianos de la casa, Carmen Blanco reconstruye su existencia con multitud de recuerdos que van y vienen en el tiempo atropellados. "Son tantas vivencias que cuesta resumirlas", justifica ella tosiendo un poco nerviosa, pero con muchas ganas de contarse a sí misma. Su trayectoria profesional, comienza destacando, está llena de recitales, muchísimos más que representaciones operísticas. "La razón es que cuando estuve en Madrid realizando cursos de perfeccionamiento en la Escuela Superior de Canto no estaba aún el Teatro de la Opera abierto sino que se cantaba en el Teatro de la Zarzuela. No había por tanto terreno abonado para actuar en la ópera. Pero el recital no desmerece en nada con respecto a una función de ópera --puntualiza--. El concierto tiene la ventaja de que cantas muchos géneros, y lo mismo has de adaptarte a una pieza melancólica que a otra alegre".
--Cuentan los expertos que siente una especial inclinación hacia el lied. ¿Es cierto?
--Sí, dicen que tengo facilidad para ello, siempre adaptando el texto a tu voz y al piano, que es muy importante en el lied. Los profesores me decían que como ya bordaba la música española lo que tenía era que meterme en el mundo de Mozart, Shumann, Shubert... Así que trabajé el alemán y el italiano y me centré en los lieds, que son canciones muy delicadas, con mucha armonía entre música y letra; en ellas vuelcas tus sentimientos.
--Se cuenta que el mundo del 'bel canto' está lleno de zancadillas. ¿Las ha sufrido usted?
--Zancadillas las hay, sí. Por eso la profesora que yo tenía en Madrid, Blanca María Seoane, me decía: "Te falta ambición, no eres luchadora". Lo decía en el sentido de que no lo necesitaba para vivir, ni mi carácter era competitivo. Me decía: "Esta vida es dura, si crees que en un reparto tu nombre debe estar encima del de otro y no es así eso ya crea polémicas". Pero yo no he sufrido desengaños porque nunca quise emular a nadie.
Los compañeros la elogiaban, cuenta la soprano con naturalidad, porque sabían que no les iba a hacer sombra, que ella tenía la vida resuelta gracias al marido que la esperaba en casa, y que iba por libre. "Una vez canté en la Casa de Cataluña en Madrid y, me da hasta vergüenza decirlo, se me acercaron luego a decirme que tenía una voz muy emotiva, con mucha garra, y que no tenía nada que envidiar a Montserrat Caballé --recuerda--. La Caballé dio clases magistrales en Madrid, donde estábamos miles de personas, y compañeros de la Escuela empezaron a decirme: 'Venga, sal, Carmen, sal y canta'. Salí pero cantar no pude a pesar de la reacción de los presentes. La Caballé me dijo, eso sí, muy correcta: 'Ya me dirá cómo lo hace'. Eran solo ejercicios de vocalización y ella no quiso salirse del programa".
--La provincia de Córdoba ha sido cantera de buenas voces: Pedro Lavirgen de Bujalance, antes Marcos Redondo de Pozoblanco, usted de La Rambla...
--Sí, y eso que los cantantes cordobeses luchábamos contracorriente, no había posibilidades. Recuerdo que cuando yo estudiaba en el Conservatorio no había pianista repertorista, que eso es fundamental para el canto. Tú tienes que estudiarte la obra, pero luego te acompaña un piano con el que vas ensamblando todo el trabajo. Había una gran escasez de medios, por suerte los alumnos de ahora los tienen.
--¿Había antecedentes musicales en su familia?
--Mi madre, que era una persona muy humilde y sencilla, recordaba que a ella le gustaba cantar en el colegio; tenía voz como de mezzo, la tenía más llena que yo, pero se dedicó al cuidado de su marido y sus ocho hijos (Carmen fue la segunda en nacer), que no era poco. Imagínate aquellos tiempos de postguerra en un pueblo. Una vez en una entrevista dije, y el periodista tituló con eso, que no teníamos nada y éramos felices, y mis hermanas me riñeron. "No digas eso, porque en casa nunca se careció de nada", dicen ellas. Teníamos lo elemental, pero yo nunca tuve una Mariquita Pérez (ríe a carcajadas), las cosas como son. Mi padre era ingeniero agrónomo y se dedicó a su finca, de eso vivíamos sencillamente en el pueblo, donde la vida era más barata que en la capital.
--¿Cómo recuerda su infancia?
--Pues muy feliz, a pesar de la tremenda guerra que hubo. Yo tenía cinco años cuando estalló, y los niños no éramos conscientes de la tragedia que nos rodeaba. Un hermano de mi madre, con la carrera de Farmacia recién terminada y a punto de casarse, murió en lo mejor de su vida por una bomba que cayó en el Hospital Militar de Córdoba, donde trabajaba. En La Rambla la guerra no fue muy sangrienta, bueno, no lo fue para mi familia. Al padre de una amiga lo mataron de un tiro cuando iba al campo a cuidar su tierra. Era un hombre bueno que dejó seis hijos sin padre. Yo no digo que ni un bando ni otro, aquello fue tremendo para todos.
--Siendo ustedes ocho hermanos, no faltaría el entretenimiento en su casa, ¿no?
--Eso fue maravilloso. De pequeña, en el colegio, me metía en todos los fregados, mi padre me decía que tenía la viveza del ratón porque era muy inquieta. De muy joven aprendí mecanografía, tenía una agilidad manual que luego no he sido capaz de poner en práctica con el ordenador, para el que soy negada.
--Pero sí con el piano.
--Bueno, con el piano sólo me defiendo. Me estudio la partitura y me acompaño yo misma en casa cuando canto. Y a los alumnos los ayudo con el fraseo.
La adolescencia, ya en la capital, la pasó Carmen Blanco interna con las madres escolapias de Santa Victoria. Así se recuerda aquella pizpireta y aplicada colegiala. "En el colegio aprendíamos mucho, presumo de no tener ninguna falta de ortografía --comenta--. Mis padres tuvieron como norma el darnos la mejor educación dentro de sus posibilidades. Las hermanas íbamos rotando como internas; primero se vino la mayor, después yo, y así."